viernes, 22 de septiembre de 2023
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Sexo que extingue

Guillermo Guevara Pardo, Columnista, Guillermo Guevara

Guillermo Guevara Pardo

Licenciado en Ciencias de la Educación (especialidad biología) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, odontólogo de la Universidad Nacional de Colombia y divulgador científico.

Hubo tiempos durante los cuales en el haz de la Tierra habitaron especies distintas de seres humanos. En Europa y Asia, en la mitad y el final del periodo geológico llamado Pleistoceno, convivieron y tuvieron relaciones sexuales individuos de poblaciones de Homo sapiens, Homo neanderthalensis y denisovanos. 


Las evidencias genéticas, premiadas con el Nobel de Medicina de este año, respaldan la realidad de esas cópulas prehistóricas: 2% del genoma de personas no africanas es de origen neandertal, mientras que gentes del Tíbet y del sureste asiático llevan genes denisovanos, también encontrados en los primeros pobladores de América. 

Fósiles del hombre de neandertal se desentierran desde el siglo XIX. En 1856, en el Valle de Neander, cerca de Düsseldorf (Alemania), se descubrió el esqueleto de un macho tres años antes de la publicación de El origen de las especies, la obra de Darwin que revolucionó la concepción sobre el origen del ser humano y su lugar en el cosmos. 

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Inicialmente, se pensó que el esqueleto era de un cosaco que sufría de raquitismo, soldado del ejército que perseguía a las fuerzas napoleónicas que huían tras ser derrotadas por el General Invierno en las heladas tierras de Rusia. Fue en 1864 cuando se reconoció, en ese y otros fósiles semejantes, la existencia de una nueva especie humana que se bautizó con el nombre científico de Homo neanderthalensis.

Neandertales y humanos modernos comparten un ancestro común que vivió hace unos 800.000 a 600.000 años. Desde un principio, se pensó que el neandertal no tenía nada que ver con la evolución de nuestra especie pues carecía de los elevados atributos que caracterizan a un humano moderno; inclusive, la palabra neandertal se utilizó como insulto para calificar a alguien de tener poca inteligencia. 

Por años se consideraron individuos estúpidos, obtusos, de escasa inteligencia, violentos, que no desarrollaron ningún tipo de cultura, carentes de lenguaje articulado y de pensamiento simbólico. Hoy en día se sabe que esa imagen es completamente falsa y que los neandertales fueron otra forma distinta de ser un humano.


La extinción de los neandertales, ocurrida hace unos 30.000 años, es uno de los grandes misterios de la evolución humana. Se han propuesto distintas causas: la violencia física que ejercieron contra ellos los sapiens llegados desde África (teoría que ya no tiene credibilidad, aunque no se puede descartar la confrontación violenta ocasional entre los advenedizos y quienes se sintieron invadidos), su atraso tecnológico frente a las mejores herramientas que traían nuestros ancestros, la endogamia debida a que los neandertales vivían en grupos pequeños de cazadores-recolectores bastante aislados y con pocas interacciones sociales, la competencia despiadada con los recién llegados por los recursos naturales, infecciones que adquirieron cuando entraron en contacto con los intrusos y para las cuales su sistema inmunológico no estaba preparado e incapacidad para adaptarse a drásticos retos ambientales y climáticos. La extinción seguramente no obedeció a una causa única, sino a la combinación desafortunada de toda una serie de diversos factores.

La última propuesta la han hecho recientemente Christopher B. Stringer (coautor del excelente libro Our Human Story) y Lucile Crété, científicos del Museo de Historia Natural de Londres, en un artículo publicado en la revista PaleoAnthropology. Los dos investigadores sugieren que una de las posibles causas de la extinción de los neandertales se debió a la continua incorporación de sus individuos jóvenes a grupos de H. sapiens, situación que fue desventajosa, insostenible y que se hizo desestabilizadora para las pequeñas bandas de los H. neanderthalensis

Desde que los primeros H. sapiens llegaron a Europa provenientes de África, hace unos 200.000 años, tuvieron encuentros sexuales durante miles de años con los neandertales. El pequeño porcentaje de nuestros genes neandertales no corresponden a esos primeros encuentros, sino a intercambios posteriores. 

Un aspecto interesante de todo esto es que en los 32 genomas neandertales que hasta ahora se han podido secuenciar no hay ninguna señal de genes que pasaran desde los individuos sapiens; parece que el flujo genético fue en una sola dirección: de ellos hacia nosotros. Tal ausencia puede reflejar un problema de muestreo; se espera que con más genomas se logre aclarar la dinámica de los intercambios genéticos que hubo entre estos homininos y con los denisovanos.

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Imaginemos por un instante cómo pudo haber sido uno de esos encuentros entre las dos especies: un grupo de neandertales coincide con uno algo más numeroso de sapiens; unos y otros se miran, se piensan, se sienten diferentes; los adornos de sus cuerpos son muy distintos; los prominentes arcos superciliares, los ojos claros y el cabello rojizo de los de Neander llaman poderosamente la atención de los recién llegados; parlotean en idiomas totalmente diferentes… pero pudo más la fuerza del deseo carnal: machos y hembras de las dos especies inician placenteros escarceos amorosos.

La hibridación es un fenómeno que ocurre en la naturaleza entre especies distintas de plantas y animales, generalmente con descendencia estéril. En algunos casos la hibridación es exitosa solo en una dirección. Eso podría haber sucedido entre los H. sapiens y H. neanderthalensis: puede ser que la hibridación exitosa solo se diera entre neandertales machos y hembras sapiens, lo cual explicaría la ausencia de genes de nuestros ancestros en los genomas de los neandertales; pero eso tendrá que demostrarse cuando se puedan secuenciar más genomas de los primos evolutivos. Las prácticas amatorias por fuera de los pequeños grupos de neandertales podrían haber contribuido a su extinción.


El placer de las cópulas prehistóricas, el momento sublime donde dos que eran diferentes se hacían uno solo, pudo haber dado un empujón más para que esa otra forma de ser un humano terminara siendo el bello e inquietante recuerdo que aún palpita en el interior de cada una de las células de nuestros cuerpos. 

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