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viernes, 14 de febrero de 2025
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El cristal con que se mira

Victoria E. González M., Columnista, Más Colombia

Victoria E. González M.

Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.

La semana anterior tuve la oportunidad de hablar con dos estudiantes con las que compartí mis clases el semestre anterior, en un entorno distinto al de las aulas. En ese espacio de cercanía propio de unas onces de 4:00 de la tarde, estas dos jóvenes me hablaron, entre muchos otros temas, de sus metas, sus dificultades para sacar adelante los proyectos que vienen construyendo y sus entornos familiares, algunas veces bastante difíciles.

Esta productiva conversación me llevó a pensar largamente acerca de cuántas cosas deben sortear los y las jóvenes para materializar sus sueños. Esa pensada me parece clave y ese contacto muy valioso, porque permanentemente nos encontramos en la vida cotidiana con comentarios, chistes y quejas acerca de esta nueva generación a la que se le ha etiquetado de manera peyorativa “generación de cristal”.  


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Una generación que para muchos se queja por todo; no sirve para nada; no tiene tolerancia a la frustración; solo quiere estar metida en redes; solo quiere estar de rumba; no sabe trabajar; no se amaña en los trabajos, etc.

Pero ¿qué hay detrás de ese discurso que muchos promueven a diario, acerca de los jóvenes? ¿Qué tan cierta es esa fragilidad que supuestamente los caracteriza? 

En primer lugar, creo que se parte del error de que todos los jóvenes son iguales. Se asume que hay una marca generacional que de manera inmediata los ubica en un determinado lugar y les atribuye unas características universales. Esto, claramente, no corresponde a la realidad porque hay grandes diferencias entre géneros, jóvenes rurales y urbanos, estratos sociales, países y niveles de formación. 

En segundo lugar, se sigue comparando generaciones sin pensar en el momento histórico, político y social propio de cada una de ellas. Y ahí es donde surgen las típicas frases de yo a tu edad tenía un mejor trabajo; tenía hijos; ya me había casado; había comprado una casa; sabía cocinar… en fin. 

Frases que se dicen por fuera de todo contexto, como si la gente joven de hace 20 años fuera la misma de hace 50 o la misma de ahora y, principalmente, como si el mundo se hubiera quedado suspendido en el tiempo.


En tercer lugar, no se entiende que la adultez se manifiesta de diferentes maneras en estos tiempos. Por ello no se reconoce que las obligaciones que se imponían a sí mismos hace algunos años nuestros padres o nosotros mismos, tales como sostener una casa, los jóvenes de hoy las traducen, por ejemplo, en préstamos de estudio o en créditos para montar algún negocio que le permita sobrevivir. Por ello, sus decisiones personales muchas veces quedan aplazadas ante la presión de onerosas deudas adquiridas a edad muy temprana.

La fragilidad del cristal no es propiamente la característica de muchos jóvenes de estos tiempos. El futuro que los espera no se presenta tan promisorio como el que soñaban para nosotros nuestros padres. 

Los amenaza la escasez, el miedo, el calentamiento global, las pandemias y, principalmente, los prejuicios de aquellos incapaces de entender que no son una generación mejor ni peor que las que ya pasaron, simplemente una generación distinta con retos muy complejos.