Manejo nutricional en obesidad: más allá de las dietas
Esperanza Fajardo Bonilla
Nutricionista Dietista de la Pontificia Universidad Javeriana, Magister en Salud Pública de la Universidad Nacional de Colombia.
La obesidad es una enfermedad crónica de origen multifactorial asociada a un consumo excesivo de alimentos y un bajo gasto de energía. Influyen en su aparición factores genéticos, fisiológicos, metabólicos, sociales, emocionales y culturales.
Según los reportes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se ha demostrado a nivel mundial un incremento de la obesidad en los últimos años en todos los grupos de edad y principalmente en las mujeres. Su prevalencia aumentó en más del 100% entre 1990 y 2022, estableciéndose, en este último año, que una de cada ocho personas era obesa y que había 37 millones de niños menores de 5 años que tenían sobrepeso.
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En contraste con estudios previos, el exceso de peso ha aumentado en los países de ingreso bajo y mediano y dejó de ser un problema exclusivo de los países de ingreso alto.
Adicionalmente, los niños de aquellos países son más vulnerables a tener una alimentación deficiente desde su etapa prenatal, además de estar luego expuestos a alimentos industriales procesados con alta densidad energética, altos en grasas saturadas, azúcar, sal, aditivos químicos y bajo contenido en vitaminas y minerales.
Estos hábitos alimenticios, junto con niveles más bajos de actividad física, provocan un aumento de la obesidad desde las primeras etapas de vida, aunado a que los problemas de desnutrición siguen vigentes, es decir, que están expuestos a una doble carga de malnutrición.
En Colombia, a partir de la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional – ENSIN 2005, 2010 y 2015, se evidenció el aumento del sobrepeso y la obesidad, convirtiéndose en un problema de salud pública. La Encuesta 2015 reveló que el 56,4% de las personas adultas y 1 de cada 4 escolares menores de 18 años presentaba exceso de peso (fuera sobrepeso u obesidad).
Además, se estableció que aproximadamente la mitad de los adultos colombianos realizaba 150 minutos semanales de actividad física moderada o 75 minutos semanales de actividad vigorosa o fuerte, como lo recomienda la OMS. Este estudio estableció que los hombres dedican más tiempo al ejercicio físico que las mujeres, pues 6 de cada 10 hombres y 4 de cada 10 mujeres siguen la recomendación.
La vida moderna y las responsabilidades del adulto afectan en gran medida los hábitos alimentarios, al tener que dedicar poco tiempo para las comidas, consumiendo más alimentos fuera del hogar y menos comidas preparadas en casa, así como más alimentos industriales altamente procesados. Esto, sumado a una vida sedentaria, propicia el desarrollo de obesidad, muchas veces asociada a deficiencias nutricionales específicas.
Con el afán de controlar el exceso de peso, las personas recurren a las “dietas de moda” o “dietas para adelgazamiento” sin fundamentos y/o con exagerada restricción energética, desconociendo que los efectos de dichos planes conducen a una reducción de la tasa metabólica basal y al aumento de la eficiencia en la absorción de los nutrientes energéticos. Esto lleva a dificultades en la reducción de peso, empeorando a medida que la persona se expone a más restricciones sin vigilancia.
Así mismo, se considera que las dietas caracterizadas por una ingesta elevada de grasa y bajo contenido en fibra pueden contribuir a una disbiosis en el microbiota intestinal, alteración que a su vez puede predisponer a la obesidad.
La reducción misma del consumo de carbohidratos puede alterar de manera negativa la proporción del microbiota colónico formadora de butirato, que influye en el desarrollo de células inmunitarias y de bifidobacterias. Esto solamente por nombrar algunos efectos no deseados.
No se está desconociendo la relevancia de los estudios que establecen una asociación entre la alimentación y la salud o los patrones de alimentación culturalmente aceptados o la alimentación personalizada, que han demostrado sus beneficios en el control de la obesidad, así como la frecuencia de eventos cardiovasculares con su práctica en poblaciones específicas.
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Un ejemplo de ello es la dieta mediterránea, que ha demostrado científicamente ser saludable para el corazón. Sin embargo, para lograr realmente cambios y logros permanentes en las personas con respecto a su estilo de alimentación es primordial considerar, al mismo tiempo, todos aquellos factores que influyen en el consumo de alimentos y su salud nutricional.
No se puede pasar por alto el valor que el alimento le imprime a la interacción entre los factores fisiológicos, sociales, ambientales y emocionales, dándole identidad y comportamiento cultural a las poblaciones y afectándose al mismo tiempo su consumo por cambios afectivos.
La alimentación influye en el sistema emocional y este, a su vez, en el consumo de los alimentos. Los alimentos también se convierten en símbolo de afecto y estímulo para las personas y su ámbito social.
Las emociones agradables percibidas al consumir el alimento refuerzan la adquisición de hábitos y prolongan el placer con determinado tipo de comidas. Uno de los errores que se cometen con los menores, desde muy temprana edad, es estimular el consumo de alimentos altos en azúcar o grasas (dulces, golosinas, “paquetes”), que terminan siendo adictivos y son prácticas que se utilizan como premio o distractor.
Otra alteración que se presenta en relación con los alimentos es su alto consumo sin alguna planificación durante el día para llenar vacíos emocionales y buscar el bienestar o la tranquilidad. Ambas conductas incrementan el riesgo de sobrepeso y obesidad, al influir en la forma cómo se consumen los alimentos.
A nivel nacional, se ha avanzado en las medidas y normas para contribuir con la prevención y control del exceso de peso y enfermedades crónicas no transmisibles.
Tal es el caso de la Resolución 2492 de 2022, reglamentaria de la Ley 2120 del 2021 aprobada por el Congreso de la República, que regula la información que se debe incluir en el rótulo o etiqueta nutricional frontal de un alimento, adaptado del modelo diseñado por la Organización Panamericana de la Salud desde el 2016.
También está la Ley 2277 de 2022, que establece el impuesto a los alimentos ultra procesados, y se espera que estos “impuestos saludables” generen impacto a mediano y largo plazo en la salud de la población.
Sin embargo, a pesar de estos y otros avances, la pandemia de la obesidad y el sobrepeso requiere de otras medidas. Una de ellas es la actualización de datos sobre las prácticas alimentarias de la población colombiana a partir de una nueva Encuesta Nacional, que sirva de base para la construcción de una política de alimentación saludable, así como para avanzar en programas de educación nutricional, ejercicio y deporte.
También se requiere el diseño de estrategias de intervención frente al sobrepeso y la obesidad desde etapas tempranas de la vida, incluyendo contextos dentro y fuera del ambiente familiar, así como en las instituciones educativas, empresas y sitios de trabajo.
En síntesis, es primordial asumir realmente la obesidad como una enfermedad multifactorial, tal como lo ha presentado la OMS desde el 2014 y, por lo tanto, desarrollar intervenciones multidisciplinarias.
No debe dejarse esta responsabilidad solamente al diseño de “dietas de adelgazamiento”, sino que se debe tomar conciencia de que la alimentación saludable debe asumirse como parte de un estilo de vida permanente y no por periodos definidos, como se observa con frecuencia.
Además, debe estar íntimamente relacionada con un plan de ejercicio físico y con el conocimiento de los factores sociales, económicos, ambientales o emocionales que rodean a las personas. No es opcional; es una necesidad el integrar los aspectos que influyen en la salud de los individuos para el éxito de la prevención o control de la enfermedad.
No más a las “dietas para adelgazamiento” de manera aislada, que han demostrado su poca efectividad a largo plazo. La obesidad es más una responsabilidad social y las intervenciones deben ser fruto de un esfuerzo colectivo.