sábado, 1 de abril de 2023
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Holocausto: lecciones del pasado

Diva Criado, Columnista, Más Colombia

Diva Criado

Abogada y periodista, Master en Gestión Pública de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Coordinadora de la Sección de derechos humanos, redactora y editora de la Agencia de Noticias La Independent de España.

Recordar a las víctimas de Holocausto es inmortalizar una tragedia intergeneracional que no cicatriza. Conocer su historia es advertir viejos y nuevos peligros presentes y futuros.  La intolerancia y la discriminación campean.   


La distancia histórica es aún corta para nuestros días, 78 años después de que las tropas soviéticas liberaran los campos de concentración del Régimen Nazi en Auschwitz, Polonia. 

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Desde su apertura, en 1940, hasta su liberación en 1945, el número de víctimas del Holocausto varía. Cada año, aparecen nuevos detalles en archivos históricos y documentos particulares. Se sabe que fueron millones de hombres, mujeres y niños asesinados, exterminados por ser diferentes, por no tener cabida en el orden social “puro” diseñado por Hitler.

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No solo había judíos europeos; también prostitutas, homosexuales, prisioneros de guerra rusos, gitanos, discapacitados y enfermos que eran conducidos directamente a las cámaras de gas sin registro alguno. 


Primo Levi, escritor italiano de origen judío sefardí, describió en detalle los horrores que vivieron a su llegada al campo de Concentración: “Nos quitaron la ropa, los zapatos, y no nos dejaron siquiera nuestros cabellos. Pronto nos despojaron de nuestros nombres…”.

Históricamente, la colaboración en los hechos de aliados del Tercer Reich y la indiferencia de los embajadores de los 32 países participantes en la Conferencia de Evian (1938), convocada por Franklin D. Roosevelt, en su intento por ayudar a millones de judíos alemanes que querían huir de Hitler, dan cuenta de ello. 

Dicha Conferencia, que había generado gran expectación, resultó un fiasco, motivando el efecto contrario. Esto resultó evidente cuando los países se solidarizaban verbalmente con ellos, pero en la práctica ninguno quería recibirlos.

Para esa época el “Führer”, que asistía a la Conferencia, ya les había quitado la nacionalidad alemana y, por ley, les prohibió casarse con alemanes y ejercer numerosas profesiones. Les confiscó sus bienes, quemó sinagogas y los excluyó de la educación y la sanidad pública. 


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En la reunión, Hitler se burló de las potencias occidentales replicando que, si las naciones estaban dispuestas a recibir judíos en sus territorios, él les permitiría salir a “esos criminales en buques de lujo”. Es cierto que en la Conferencia todos sabían que los judíos lo estaban pasando mal, pues Hitler se jactaba de eso. Lo que ignoraban era lo que planeaba para los próximos años. 

Algunos historiadores indulgentes con Roosevelt señalan que era políticamente suicida para el país acoger inmigrantes judíos. Estados Unidos, sumergido en la Gran Depresión y asfixiado por el desempleo, se negó a aumentar el número establecido de refugiados.

En América Latina solo el Dictador Trujillo, de República Dominicana y presente en la reunión, expuso abiertamente su deseo de recibirlos. A cambio, pidió ayudas y tenía un plan: mejorar la raza para que fuera “menos afrocaribeña”. Acogió mucho menos de lo propuesto. 

Pero Latinoamérica recibió a miles de inmigrantes judíos que huyeron de la persecución. Colombia entre ellos. Aunque, después, se impusieron restricciones. La historia del barco de lujo, lleno de judíos, que iba de puerto en puerto intentando desembarcar después de que Cuba negara su ingreso, es histórica. 


Visitar Auschwitz es un recordatorio vital que estremece. Sirve para entender que los fantasmas de esta barbarie están presentes. No te lo están contando, no estás leyendo un libro, ni viendo una película. Estás allí de pie, observando un lugar triste, lúgubre, con historias desgarradoras, construido para asesinar a millones de personas. 

Auschwitz nos ayuda a ver lo que jamás debemos olvidar.

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